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Más de un orador que ha tratado de la economía española en crisis la ha dado una expresión de aespiritualismo, considerando a este estado como la fuerza determinante de la situación. Entendemos, a la inversa, que el aespiritualismo se ha manifestado en pleno progreso con el uso y disfrute de los variados productos que la industria ha puesto al alcance de la humanidad. Pero el que la vida regalada haya conducido a la molicie y ésta a la paralización de las actividades espirituales y materiales nos cuesta el creeer. Los productos que la industria elabora y abarata para que su empleo se extienda, no pueden tener un tope que impone el valor espiritual de la vida. No vayamos a buscar una espiritualidad que conduzca a una quietud sin alicientes de bienestar y de progreso. No fundemos la prosperidad en la resignación cuando ésta seca las fuentes de la actividad y conduce al imperio de la injusticia, enraicémosla en el remordimiento por tanta falta cometida por quienes tienen la obligación de no tergiversar la ética de la vida social saviamente definida en encíclicas y en leyes que se escriben inspiradas en la justicia humana, la que no se columbró porque su visión no estaba iluminada por el cerebro del paciente que, en su aislamiento, era batido por su propia indefensión.
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